Finalmente se dejó vencer por las nauseas. Fue un vómito estrepitoso que saturó gran parte del suelo al que se dirigía su boca abierta. Allí, en medio del detrito pudo ver un agónico aleteo, una mariposa medio muerta.
El lepidóptero era el último rastro del otrora amor intragable que pensaba extinto, pero que por pensar en él continuaba vivo raspándole el estómago desde adentro.
Con los jugos gástricos en su boca y el mareo en su cabeza pudo por fin incorporarse, levantar su pierna y pisotear con vehemente triunfo al insecto, sin saber que esos bichos no se van de un lugar sin antes dejar progenie.